lunes, 28 de febrero de 2011

Hoy es ayer. Una reflexión para las elecciones municipales de mañana.



En los comentarios a una de las entradas ya pasadas hubo un interesantísimo debate y la solicitud por parte de un amigo de traer a esta columna un artículo de Chaves Nogales.

Aclaramos quién es este señor y transcribo su artículo sobre unos sucesos ocurridos en Santa Olalla en los años 20.
Manuel Chaves Nogales (Sevilla, 1897- Lóndres, 1944), periodista sevillano pionero en España del periodismo de acción y defensor en sus textos del ideal de convivencia democrática. Autor de novelas más que recomendables como “El maestro Juan Martínez que estuvo allí” (Historia de un bailaor flamenco de Salamanca en la Revolución Rusa) o la biografía más hermosa y divertida que jamás yo he leído “Juan Belmonte, matador de toros”. Estuvo de cronista del Heraldo de Madrid en los años veintitantos y podemos disfrutar de crónicas maravillosas sobre los inicios de la aviación, sobre los testimonios de la aristocracia rusa huida a París y sobre los hechos de la vida cotidiana en España en estos años.
Esta que sigue es una crónica suya aparecida en el Heraldo el 10 de junio de 1926 en la que continúa relatando y comentando sus impresiones sobre un atentado contra un agente de policía en Aracena que investigaba la desaparición del comerciante Clavero:

LOS SUCESOS DE SANTA OLALLA Y LA POLÍTICA.
TRABAZÓN DE LOS PEQUEÑOS HECHOS DE LA VIDA LOCAL.-
LA POLÍTICA EN LOS PUEBLOS.-
HABLANDO CON EL CACIQUE DE SANTA OLALLA



Quiero sustraerme a la impresión de que en este asunto hay un aspecto político, o por lo menos señalar con la mayor exactitud posible el alcance de este aspecto. Faltaría a la verdad si dijese o diese a entender que los caciques de Santa Olalla tienen bajo su protección a los posibles asesinos de Clavero y a los autores del atentado contra el agente de policía Sr. Gosálvez. Hay, sin embargo, en la impunidad de estos delitos un aspecto político, y quiero fijar bien cuál sea antes de seguir adelante, ya que en mis anteriores crónicas he aludido a él.
En estos pueblecitos aislados de la sierra todos los hechos de la vida local, hasta los más nimios, por el sólo hecho de no trascender, de no salir de la corona de montañas que los incomunica con el mundo, tienen una significación y un valor distintos de los que tendrían en una ciudad abierta. El hecho local no enlaza con la marcha del mundo; nace y muere allí, en la misma plaza del pueblo, y allí mismo, por lo tanto, en aquel ambiente cerrado, tiene que tomar su sentido. Faltos estos pueblos de vida espiritual propia y sin sufrir influencia alguna del exterior, el hecho nuevo no tiene más sentido que el que quiere darle la política. Todo es politiqueo, porque si no es politiqueo no es nada. Y así, la política, que debiera ser función puramente administrativa y espiritual, se adueña de toda la vida local y viene a mezclarse hasta en los asuntos de familia, y a ser, a veces, amparadora, acaso inconsciente, de arbitrariedades y delitos.
Los hechos menudos de todos los días, que no tienen más sentido que el que quieren darle los grupos políticos, se traban así unos con otros, y el que llega de fuera advierte fácilmente que la vida del pueblo es un tejido de maniobras caciquiles o anticaciquiles. Nadie hace nada por un estímulo moral sencillo, sino porque conviene o deja de convenir a tal o cual acción política.
Como es natural, esta suplantación de los valores morales con las conveniencias políticas halla una sanción en cuanto sale de la plaza del pueblo. Las leyes no consienten ese tejido de intereses políticos, y ocurre que al cabo del tiempo todos los vecinos, cual más, cual menos, han cometido algún acto punible. Entonces todos estarán cogidos, y nadie tirará de la manta.
En definitiva, estas pequeñas transgresiones de las leyes, que en los pueblos establecen una solidaridad entre hombres respetables y granujas redomados, carecen de importancia. Se reducen a que Fulano declaró en tal ocasión a favor de Mengano, y en contra de Zutano; a que éste cometió un pequeño abuso de autoridad y aquél fue débil y el de más allá, excesivamente interesado. Todo esto, que no es nada, liga a los hombres unos con otros y mantienen esa impenetrabilidad contra la que se estrellan los buenos deseos de la justicia (…)

(…) no es probable que el vecindario, por motivos políticos, oculte al criminal; pero es posible que la política, aun sin quererlo, mantenga un estado de opinión adverso al esclarecimiento de los hechos.
Quisiera saber qué opinión se tiene formada de esto en Madrid.
Sierra de Aracena, 8 de junio.
(Heraldo de Madrid, 10-6-1926)



Ésta sigue siendo una fotografía de la situación de pequeños pueblos casi 100 años después.
La participación libre e independiente de quien pueda y quiera es la única alternativa para intentar una regeneración social que ayude a los más jovenes a conocer los valores éticos admitidos por el mundo civilizado.

"qué opinión se tendrá de esto en Madrid"